lunes, 22 de julio de 2013

El mito de Yi y los diez Soles. Chang E.

El Señor de los Cielos, Di Jun, y su esposa, Xi He, tenían diez hijos, y cada uno de ellos era un sol. Todos vivían sobre las ramas del árbol Fu Sang, situado más allá de los confines orientales de la tierra. Xi He había decretado que no podría haber más de un sol en el cielo al mismo tiempo y, cada mañana, partía con uno de ellos en un carro, para surcar los cielos  Al terminar el día, volvía con él al árbol. Cada día era el turno de un sol diferente. 

Los hermanos, después de años, descontentos con la situación, decidieron desobedecer las órdenes de su madre y salir todos juntos. Después de un tiempo, el calor insoportable de los diez soles hizo que las cosechas se estropeasen y la tierra se secase. El emperador de la tierra, el sabio Yao, un hombre que llevaba una vida frugal y sufría por su pueblo, rogó y rogó a los cielos que se  reinstaurara de nuevo el orden perdido.

Di Jun dio órdenes a los soles para que volviesen al árbol, pero estos se negaron. Entonces, Di Jun llamó a Yi, afamado arquero, al que regaló un magnífico arco rojo y un carcaj con flechas blancas. Le encomendó la tarea de asustar a los soles, sin dañarlos, y resolver los problemas del emperador Yao. Tras ello, lo envió a la tierra junto a su esposa, Chang E.  Una vez allí, al ver el estado al que la gente se había visto reducida, entró en cólera. Cogió su arco y disparó al cielo. Uno de los soles fue alcanzado, y a sus pies se precipitó un enorme cuervo, de tres patas. La muerte de un sol no era suficiente para devolver el clima a su estado original, así que Yi disparó ocho veces más, hasta que sólo quedó un sol. Por ello, Yi se convirtió en un gran héroe.

Yi, sin embargo, había desobedecido las órdenes y había matado a nueve de los hijos del Señor de los Cielos. Por eso, él y su esposa fueron castigados con la mortalidad. Yi visitó entonces a la Reina Madre de Occidente, buscando un elixir que les devolvería la inmortalidad. Ella le entregó lo suficiente para ambos, no sin advertirle que, si uno de ellos lo tomaba todo, abandonaría para siempre la tierra, hacia regiones "más elevadas". 

Chang E deseaba tomarse todo el elixir para poder regresar al cielo, pero tenía miedo de las consecuencias que de ello podrían derivarse. Decidió pedir la opinión de un astrólogo, que le dijo que en la Luna podría librarse tanto de la mortalidad como de la condena de los dioses. Chang E bebió entonces todo el elixir, y comenzó a ascender más y más, hasta la Luna, en cuyo Palacio habitó el resto de los tiempos. Yi comprendió que intentar librarse de su humanidad había sido un tremendo error y, tras ser perdonado, regresó al Cielo.

lunes, 18 de marzo de 2013

Kitsune, los espíritus-zorro. Tamamo-no-mae.

En la mitología japonesa, a los zorros se les atribuían una gran cantidad de poderes sobrenaturales, tales como cambiar de forma, respirar llamas o predecir el futuro. Eran longevos, y se decía que, a medida que pasaba el tiempo, iban desarrollando nuevas colas (los mayores llegaban a sumar nueve, y eran conocedores de todo aquello que acontecía en el mundo). 

Muchos zorros utilizaban sus poderes de transformación para adoptar una forma humana, y las mujeres-zorro solían convertirse en muchachas hermosas para seducir a los hombres. Otras veces, los espíritus-zorro se introducían en el cuerpo de las mujeres y las controlaban; se decía entonces que éstas sufrían de kitsune-suki, un tipo de enfermedad mental. Hasta el siglo XX, este término siguió utilizándose como diagnóstico de la psicosis padecida por mujeres. 

Por otra parte, no todos los kitsune eran malvados. Muchas mujeres-zorro vivían historias de amor con humanos, de final trágico, pues él siempre terminaba por descubrir la verdadera identidad de su amada. Los zorros también se asociaban a la prevención del mal, y en ocasiones eran considerados espíritus guardianes, ya que, tradicionalmente, se representaba a Inari, el dios del arroz, rodeado por dos zorros y, en épocas posteriores, pasó a representarse al propio Inari con semblante zorruno.

La leyenda de Tamamo-no-mae
Tamamo-no-mae era una cortesana famosa por su belleza, gracilidad y sabiduría, algo extraordinario teniendo en cuenta que tenía el aspecto de una joven de veinte años . Tan célebre se había vuelto que, el Emperador, Toba (siglo XII) se interesó por ella. Exigió conocerla y poner a prueba su saber, y ella respondió correctamente a todas sus preguntas. El emperador, deslumbrado, se enamoró de ella, y la convirtió en su amante favorita.
Una tarde, Toba dio una fiesta en su palacio de verano, a la que fueron invitados sus más preciados cortesanos. Había comida, y música hermosa. De pronto, un fuerte viento comenzó a aullar con furia, y todas las luces se apagaron, sumiendo todo en una profunda oscuridad. La corte se dirigió al exterior, pero allí todo estaba sumido en tinieblas. El viento corriendo entre los salones del sombrío palacio. Un cortesano pidió una lámpara, y, con sorpresa y horror, los invitados descubrieron que de Tamamo-no-mae se desprendía una luminiscencia sobrenatural. 
Al poco tiempo, el emperador enfermó y, cercano a la muerte, hizo llamar a un monje sintoísta para que lo examinase. El diagnóstico fue rápido: Tamomo-no mae-era una Kitsune, un zorro. Al ser descubierto su secreto, la joven volvió a su verdadera forma y huyó lejos, hacia el norte de Edo. Se ocultó en los páramos durante años, hasta que un monje budista la rescató y la guió hasta el camino de la iluminación.


lunes, 18 de febrero de 2013

Píramo y Tisbe, los amantes

La joven y hermosa Tisbe vivía en la Babilonia, enamorada de Píramo, su vecino. Él la correspondía, pero sus padres no les permitían verse, lo que no hacía más que avivar su pasión. El único modo que tenían para comunicarse era hablar a través de una grieta en el muro que separaba las dos casas. En una de sus conversaciones, resolvieron escapar juntos de la ciudad: se citarían en el mausoleo de Nino (el marido de Semíramis, reina asisria, constructora), bajo una morera.

Tisbe llegó primero aquella noche, cubierta con un velo y esperó, con impaciencia, la llegada de su amado. Junto a ella había una fuente, espléndida, donde se reflejaba la luz lunar. De repente, se dio cuenta de que una leona, con las mandíbulas llenas de sangre, se aproximaba a la fuente. Asustada, Tisbe salió corriendo para buscar refugio en una caverna, sin darse cuenta de que dejaba atrás su velo, que la leona desgarró y tiñó con la sangre de sus fauces.

Poco después de que la leona se fuese, apareció Píramo. El joven vio las pisadas y el velo ensangrentado, y creyó que Tisbe había muerto. Loco de dolor por la desgracia, se suicidó dejándose caer sobre su espada. Al poco tiempo, Tisbe volvió al lugar de la cita, donde encontró a Píramo muerto, junto al velo. Tras besar la tibia boca de su amado, Tisbe acabó con su vida atravesándose el pecho con la espada.

Cuando sus padres los encontraron, decidieron enterrarlos juntos, en la misma tumba, bajo la morera. El árbol, desde aquella fatídica noche, tornó el color de sus frutos, antes blanco, por el rojo de la sangre de los amantes.